El infinito sin estrellas

jueves, 1 de noviembre de 2007

CRÍTICA DEL DIARIO CLARIN


Nosotros y los miedos


"El infinito sin estrellas" es más que una curiosidad dentro del anquilosado panorama del cine nacional.


Por: Pablo O. Scholz




LA BORDADORA QUE DIO UN MAL PASO VALERIA LORCA LLEVA ADELANTE UN PAPEL DIFICIL.



El infinito sin estrellas habla de los miedos de un niño de once años, quien vive solo con su madre en un pueblo cualquiera. Y así como cuando Beatriz, que se gana la vida con changas como bordadora, lleva para bordar mortajas, Mario comienza a asustarse -cree que fantasmas pasan a habitar el hogar-, por algún motivo que no conviene develar y que quedará a consideración del espectador, Beatriz suele regresar a casa con algún moretón en su rostro.

Aquello de pueblo chico, infierno grande también se da en esta opera prima de Edgardo González Amer. El hecho de que Beatriz no tenga amigas y no se relacione con nadie más que con su hijo y la gente de la casa de sepelios que le da trabajo, hace que el personaje de Valeria Lorca quede muy encerrado en sí mismo. Y González Amer mueve los hilos con sabiduría para que se sienta algo poco común pero no tan fuera de lo normal en el pueblo.

También con la relación que establece Mario con sus dos compañeros compinches de la escuela -un chico algo atolondrado y una chica que sobrelleva una enfermedad- la trama gana en sugerencia, en los matices de cómo es Mario fuera de su casa y hasta alejado de sus temores, infundados o no, de la presencia espectral en su hogar.

La película sorprende en su primera mitad por lo consistente de su narración y la intriga que se apodera del espectador.
Valeria Lorca lleva adelante buena parte del relato, cuando no es el pequeño Gonzalo Cristando el que está en primer plano. Lorca luce convincente en un papel, reiteramos, difícil por cómo fue estructurado, y Mario Paolucci genera inquietud en su rol secundario.

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